Este programa, ejecutado en convenio entre Méderi y Fundalectura, abarca la adquisición, organización, conservación y suministro de materiales y servicios bibliotecarios que pueden, conforme a las necesidades de cada paciente, contribuir a la atención integral para su recuperación, dar seguridad y alivio a su pérdida de autonomía, contribuir al mejoramiento de su rendimiento cognitivo y funcional, evitar la desconexión del entorno y fortalecer las relaciones sociales.

La función principal de “Leer para sanar” radica en la posibilidad de facilitar libros de distintas temáticas a pacientes y visitantes para que su estadía en nuestros hospitales sea más confortable, amena y provechosa.

Inicialmente “Leer para sanar” va dirigido a los pacientes que se encuentran en los pisos de hospitalización de los hospitales Méderi. En cada sede se ha estructurado un espacio para el almacenamiento del material y se capacitó a tres promotores (dos para el Hospital Universitario Mayor y uno para el Hospital Universitario de Barrios Unidos) quienes se desplazarán por los pisos ofreciendo a pacientes y familiares la posibilidad de un acompañamiento a través de un libro.

29 septiembre 2015

El Silencio necesita ojos


El silencio necesita ojos


Por: Yomar  Rodriguez

Promotora de lectura Programa Leer para Sanar



Como narrar la experiencia de contar historias, como ser una historia dentro de otra, ser leído y ser lector, Como vaticinar el futuro de las palabras del ruido y del silencio, aquellas que creemos nos prolongan en la memoria del otro, de ese otro al cual le hablamos, o le leemos. Me ubico frente  a una gran reja negra, una muralla de dientes de metal que me recibe cuando bajo de mi terrible transporte, tras  ella una construcción portentosa  de ladrillo con un nombre enclavado en su muro más alto: Mèderi. Se cuela el viento de algunos árboles y arbustos  que siguen floreciendo  como alegoría de  cambios y aliento y también de resistencia.  Cuando ingresamos  a un hospital nos recibe en  gran medida un miedo, un miedo que se te queda de manera tibia entre el tobillo y sube o baja al pecho  dependiendo en qué lugar estés, si eres el paciente o el acompañante, el médico o la enfermera o tal vez solo depende en qué lugar tengas el corazón, ese tan famoso músculo creo yo, lo tengo regado por pedazos en cada esquina de mi cuerpo, y una gran parte en la cabeza; por eso quizás el miedo me pellizque con sus manos temblorosas y de huesos de incertidumbre, con sus aromas y sus formas múltiples y sus fisonomías que siempre se cubren para no espantar de prisa. Caminando por el hospital Méderi se avanza por pasillos y se detienen las miradas, se da un paso y se rompe la intimidad  fragmentada ya por médicos y enfermeras, esa intimidad tan celosamente guarecida pero que aquí nos demuestra con desnudez su impávida fragilidad; no podría dimensionarse que significa dar un paso tras el umbral, resolver con una sonrisa que se da con los ojos una expectativa o una realidad, (somos seres tan vivos y a la vez tan muertos, pienso) del otro lado solo encuentro una inconmensurable escena de dignidad y de fe.  Muchas veces he tratado de encontrar dentro la palabra precisa para interpretar mis emociones, siempre he creído en las palabras, en su poder casi mágico, he condensado mi afán casi temerario por encontrar palabras para todo, pero nunca se encuentra la palabra precisa para las emociones más puras, para los sentimientos que tañen la adversidad y el dolor, para esos solo hay silencios y quizás colores, siempre encasillamos al negro con el luto, al azul con la melancolía, al blanco con la paz, y asi, siempre los tejemos como un vestido que llevamos  con la vida, sin embargo  nos alejamos de poder dimensionar cada momento. Creo en el silencio, me reconcilie con él, con sus cuatro estaciones y sus múltiples manos, con sus rigurosas formas de cobijarnos y con esa  delicada mirada que traspasa océanos y también palabras. También creo que el silencio necesita ojos para afinar su oído, para entender que bueno decir y que bueno escuchar.  Nadie agota el mundo con la mirada, nadie agota  la página de un libro y aunque se extienda por años tras las mismas líneas, nunca encontramos las verdades más hondas completas, la verdad se asemeja más al silencio pero no hay silencio que la resista sin por lo menos una palabra. Cada habitación en la cual me adentro  tiene  un mundo casi tan chico como el universo, y casi tan grande como una lágrima, leer es mi oficio, por el cual llegue aquí y  casi por completo ocupa mis 24 horas, me he ido haciendo a la historia de otros y ellos a la mía, leo cuentos pero también me permito hablar de mi a manera de cuentos de humor negro, aquí la risa es suavidad sin importar el color, recito poemas y aunque no me gusta Neruda con su poema 20 lo escucho entre las cuatro paredes de manera paciente, esta vez estoy del otro lado, cada habitación me permite detener el tiempo entre la boca, es extraño pero pareciera que entre el tiempo y la palabra hubiera un pacto misterioso, siempre nos reciben las palabras y el tiempo calla por un rato su paso replicador.

Hoy pienso en la veracidad de leer, en la complicidad de los momentos,  en las ficciones que nos creímos sobre la enfermedad, sobre el olvido, no sé  a cuántas personas conocí en este mes que paso,  mis ojos se llevaron hacia dentro  muchos rostros, algunos salados y otros dulces, conocí azules angustiados y sublimes, blancos musicales y poéticos, también  negros tan oscuros y luminosos  de una indescifrable esperanza  y de un amor humilde. Me lleve silencios  tan largos y tan compartidos, agradecí a la vida el estar entre gente que ama leer por que encuentra en cuatro palabras muchas y una sola Libertad. Alguna vez leyendo  a Susan Sontag visualice la enfermedad como una metáfora  capaz de reasignarle  nombres pueriles y a la vez perversos a lo humano, nombres y representaciones que pueden, sin embargo, influenciar nuestra relación cultural con la enfermedad y, de hecho, su presente y su futuro,    desvirtuar la dignidad como un síntoma más de nuestros terribles vicios espirituales . Como creernos sanos en una sociedad de olvidos, todos somos pacientes porque esperamos en vigilia o en sueños el fuego invisible que nos revela quienes somos, la enfermedad tiene silencios y ojos que leen, tiene tesoros envueltos  de enmudecimiento,  tiene miradas paralelas,  tiene  certezas  y muchas dudas, tiene ganas de leer y de que leen, de dormir al caer una última página y de soñar abriendo otra, de salir de colores limpios entre páginas blancas, la enfermedad ahora tiene libros, humanidad siempre la tuvo y que satisfacción poder ser parte de esto de la real forma de humanizar una palabra compleja con algo tan sencillo como una historia.

10 mayo 2015

De vuelta al mundo de la infancia


                              “A propósito de la lectura, Tomas aprende a leer Jo Ellen Bogartde”


Por: Yomar  RodriguezPromotora de lectura Programa Leer para Sanar


De vuelta al mundo de la infancia, donde nos sobrecogen los paisajes, los gestos y  esos bailes imaginarios de fotografías que como secuencias nos completan la otra parte del cuerpo y de ahí a la razón.
Hace algunos semanas tuve la fortuna de conocer a alguien que me pregunto por mi niñez ¿Fue feliz?  Esa pregunta me lleno de un extremo sobrecogimiento, mi respuesta fue un sencillo y sentido. Si, muy feliz. Un poco asombrada por la pregunta del paciente del 719 me sonroje, no era fácil conservar la conversación, sobre todo cuando no quieres hablar mucho de ti misma y amalgamas sólidamente las palabras; sin embargo me inquietó saber si él también lo había sido. Si su pregunta desencadenaría una larga plática o si tan solo respondería con un sencillo y contundente “Si”, como el mío, deje a un lado la pregunta y me acerque a Don Gilberto con los libros, le ofrecí muchas lecturas, a lo que él respondió con muchas miradas y demasiados silencios; pensé que quizás no sabría leer, pero un movimiento rápido hacia un libro de Mitos y Leyendas, y una breve ojeada, cambio mi respuesta.
 – Él  dijo, me quedo con este.
Fue el primer libro del paciente, el primero que me condujo a llevarle día tras día, durante dos meses un libro, poco a poco comprendí sus lecturas, cuando le llevaba libros lo primero era la imagen, luego las letras y por ultimo… bueno eso ya les contaré.
Ocurrieron muchos libros durante estos dos meses, su pregunta frente  a la niñez siempre me miraba del cielo de los juguetes a la cara, cuando me dirigía al piso 7 para acompañarle con lecturas, siempre su soledad se poblaba de sonrisas, solidario y buen compañero de habitación, me recomendaba a sus vecinos de cama.  – Ellos también quieren leer.
 Don Gilberto, mejoraba para mí, siempre, también para los otros promotores que lo visitaban, eso me alegraba, yo siempre le arrancaba minutos al reloj, para saludarle, también para saber de sus ya muchas lecturas. Una mañana lo encontré  sentado dibujando sobre una mesa apoyando cuidadosamente su brazo, mientras el otro alargaba colores sobre una servilleta.
 –Me pilló, dijo, cubriendo un poco su boceto.
– Sonreí, le traía un libro nuevo, con imágenes grandes, dije.
 Lo recogió, su gesto me demostraba que le atinaba al libro, que durante estos meses comprendía de cierta forma sus rutinas, creo que para él también era agradable que así fuera
–Yo dibujo, yo no leo, pero soy empírico en esto, nunca estudie. Me explicó.
Me enseño el dibujo, con timidez, mi sorpresa no fue grande, sospechaba de su sensibilidad, pero su estilo era nítido y honesto.
 –Me gusta, le dije, es claro que usted no es un novato don Gilberto que tiene mucho talento.
–Rió, tengo varios, son para mi esposa.
Luego una visita de los médicos, nos apartó de la charla, me fui dejándole el libro, que sería el último que lo acompañaría, Ese día le dieron salida, tras dos largos meses, el paciente de la 719 B, saldría a la ruidosa urbe y llegaría a casa, donde su esposa, a la que no tuve la fortuna de conocer compilaría quizás uno más de sus dibujos.
A la mañana siguiente, la vida en sus juegos curiosos, hizo que nos encontráramos por última vez, me obsequió en agradecimiento uno de sus dibujos  en el hospital, lo firmó y me dijo que el último  libro que le había llevado, había sido el mejor, que él era como el protagonista, solo que el sí sabía leer,  ¿entonces en que se parecen? Le pregunte.
 –Pues yo quiero que mi esposa aprenda a leer, pero sobre todo que me lea mientras pinto.

Esa fue una buena respuesta, no tuve la necesidad de preguntarle más, nos despedimos. Atesoro su dibujo ahora. Me agradan los colores, la bonita  respuesta,  me llevó  a  la infancia,  entendí  un poco su tranquilidad, su niñez adulta,  ese creer que resbala de las nubes del alma y cae en la mitad del pecho para refrescar, sobre todo cuando el dolor nos rima en la cabeza,  y llega el arte  con todas sus fuertes ternuras.

                                            Ilustración realizada por paciente y escucha del libro

Jo Ellen Bogart, Tomás aprende a leer,
 Laura Fernández y Rick Jacobson, ilus. México, SEP-Juventud, 2002.


14 abril 2015



El Andante o biblioteca sobre cuatro ruedas

Por: Yomar  Rodriguez

Promotora de lectura Programa Leer para Sanar






                                     Stop. ¿La vida se detuvo o fue el automóvil?
Carlos Drummond de Andrade

Según la  primera definición del diccionario de la real academia, la palabra carro proviene (Del lat. carrus, y este del galo carros): m. Carruaje de dos ruedas, con lanza o varas para enganchar el tiro, y cuya armazón consiste en un bastidor con listones o cuerdas para sostener la carga, y varales o tablas en los costados, y a veces en los frentes, para sujetarla. Esta explicación nos remonta a una imagen tan clara en nuestro imaginario, que quizás sobra corroborarla; sin embargo cuando nos hablan de un carro que avanza por los pasillos de un  hospital, imaginamos un armazón rodante que cumple una determinada función médica. Del que hablo hoy, es un  carro andariego y un espectador; circunda las alas norte y sur de Méderi el Hospital que acoge al Programa Leer Para Sanar, distintos pisos que se convierten en rutas amigas, donde con asombro se percibe un cambio y una bienvenida. Nuestro vehículo es una pequeña biblioteca sus lanzas principales son las hojas llenas de letras que conforman un deseo: ser leídas.  Cada día nuestro carro de palabras es arreglado y engallado con grandes títulos y autores que como Saramago, García Márquez, Silva, Cortázar  saludan entusiastas y decididos desde su salida del nicho biblioteca, pasando un breve  recorrido por el ascensor, hasta su llegada al piso de trabajo, nuestro carro es una herramienta valiosa, nuestra rostro y medio  de llegada. Lo manejamos con la licencia lectora y de servicio promotor nos permitimos abrirnos camino entre enfermedades y patologías avanzamos con la gasolina  diaria de creer, un valor agregados y sin sobrecostos monetarios, es liviana y gratis; avanzamos diariamente un kilometraje que se mide con Gratitudometro,  y nos sentimos llegar lejos donde quizás pocos ven la cima, allí llegamos con la voluntad  del viajero y el labrador  que busca tras su paso no solo observar árboles si no saborear sus frutos.

Es cierto que nuestro carro tiene una definición simple a ojo del que no lo conoce; pero solo verlo es leerlo, detallar con sorpresa el encuentro de la literatura sobre cuatro ruedas en un ambiente hospitalario y con el profundo eco de una página  que pasa en medio de la barahúnda y el silencio de muchos sentimientos que se acogen allí.