Este programa, ejecutado en convenio entre Méderi y Fundalectura, abarca la adquisición, organización, conservación y suministro de materiales y servicios bibliotecarios que pueden, conforme a las necesidades de cada paciente, contribuir a la atención integral para su recuperación, dar seguridad y alivio a su pérdida de autonomía, contribuir al mejoramiento de su rendimiento cognitivo y funcional, evitar la desconexión del entorno y fortalecer las relaciones sociales.

La función principal de “Leer para sanar” radica en la posibilidad de facilitar libros de distintas temáticas a pacientes y visitantes para que su estadía en nuestros hospitales sea más confortable, amena y provechosa.

Inicialmente “Leer para sanar” va dirigido a los pacientes que se encuentran en los pisos de hospitalización de los hospitales Méderi. En cada sede se ha estructurado un espacio para el almacenamiento del material y se capacitó a tres promotores (dos para el Hospital Universitario Mayor y uno para el Hospital Universitario de Barrios Unidos) quienes se desplazarán por los pisos ofreciendo a pacientes y familiares la posibilidad de un acompañamiento a través de un libro.

10 mayo 2015

De vuelta al mundo de la infancia


                              “A propósito de la lectura, Tomas aprende a leer Jo Ellen Bogartde”


Por: Yomar  RodriguezPromotora de lectura Programa Leer para Sanar


De vuelta al mundo de la infancia, donde nos sobrecogen los paisajes, los gestos y  esos bailes imaginarios de fotografías que como secuencias nos completan la otra parte del cuerpo y de ahí a la razón.
Hace algunos semanas tuve la fortuna de conocer a alguien que me pregunto por mi niñez ¿Fue feliz?  Esa pregunta me lleno de un extremo sobrecogimiento, mi respuesta fue un sencillo y sentido. Si, muy feliz. Un poco asombrada por la pregunta del paciente del 719 me sonroje, no era fácil conservar la conversación, sobre todo cuando no quieres hablar mucho de ti misma y amalgamas sólidamente las palabras; sin embargo me inquietó saber si él también lo había sido. Si su pregunta desencadenaría una larga plática o si tan solo respondería con un sencillo y contundente “Si”, como el mío, deje a un lado la pregunta y me acerque a Don Gilberto con los libros, le ofrecí muchas lecturas, a lo que él respondió con muchas miradas y demasiados silencios; pensé que quizás no sabría leer, pero un movimiento rápido hacia un libro de Mitos y Leyendas, y una breve ojeada, cambio mi respuesta.
 – Él  dijo, me quedo con este.
Fue el primer libro del paciente, el primero que me condujo a llevarle día tras día, durante dos meses un libro, poco a poco comprendí sus lecturas, cuando le llevaba libros lo primero era la imagen, luego las letras y por ultimo… bueno eso ya les contaré.
Ocurrieron muchos libros durante estos dos meses, su pregunta frente  a la niñez siempre me miraba del cielo de los juguetes a la cara, cuando me dirigía al piso 7 para acompañarle con lecturas, siempre su soledad se poblaba de sonrisas, solidario y buen compañero de habitación, me recomendaba a sus vecinos de cama.  – Ellos también quieren leer.
 Don Gilberto, mejoraba para mí, siempre, también para los otros promotores que lo visitaban, eso me alegraba, yo siempre le arrancaba minutos al reloj, para saludarle, también para saber de sus ya muchas lecturas. Una mañana lo encontré  sentado dibujando sobre una mesa apoyando cuidadosamente su brazo, mientras el otro alargaba colores sobre una servilleta.
 –Me pilló, dijo, cubriendo un poco su boceto.
– Sonreí, le traía un libro nuevo, con imágenes grandes, dije.
 Lo recogió, su gesto me demostraba que le atinaba al libro, que durante estos meses comprendía de cierta forma sus rutinas, creo que para él también era agradable que así fuera
–Yo dibujo, yo no leo, pero soy empírico en esto, nunca estudie. Me explicó.
Me enseño el dibujo, con timidez, mi sorpresa no fue grande, sospechaba de su sensibilidad, pero su estilo era nítido y honesto.
 –Me gusta, le dije, es claro que usted no es un novato don Gilberto que tiene mucho talento.
–Rió, tengo varios, son para mi esposa.
Luego una visita de los médicos, nos apartó de la charla, me fui dejándole el libro, que sería el último que lo acompañaría, Ese día le dieron salida, tras dos largos meses, el paciente de la 719 B, saldría a la ruidosa urbe y llegaría a casa, donde su esposa, a la que no tuve la fortuna de conocer compilaría quizás uno más de sus dibujos.
A la mañana siguiente, la vida en sus juegos curiosos, hizo que nos encontráramos por última vez, me obsequió en agradecimiento uno de sus dibujos  en el hospital, lo firmó y me dijo que el último  libro que le había llevado, había sido el mejor, que él era como el protagonista, solo que el sí sabía leer,  ¿entonces en que se parecen? Le pregunte.
 –Pues yo quiero que mi esposa aprenda a leer, pero sobre todo que me lea mientras pinto.

Esa fue una buena respuesta, no tuve la necesidad de preguntarle más, nos despedimos. Atesoro su dibujo ahora. Me agradan los colores, la bonita  respuesta,  me llevó  a  la infancia,  entendí  un poco su tranquilidad, su niñez adulta,  ese creer que resbala de las nubes del alma y cae en la mitad del pecho para refrescar, sobre todo cuando el dolor nos rima en la cabeza,  y llega el arte  con todas sus fuertes ternuras.

                                            Ilustración realizada por paciente y escucha del libro

Jo Ellen Bogart, Tomás aprende a leer,
 Laura Fernández y Rick Jacobson, ilus. México, SEP-Juventud, 2002.