De la
brevedad de los instantes
Por: Yomar Rodríguez
Promotora lectura Leer para
Sanar
A
la Memoria de la Señora Ana
Ayer, hoy, mañana…
Imágenes del tiempo que nos encarnan en un sentido de promesas o recuerdo.
Estamos en danza, o en batalla contra el
tiempo, nos adelgazamos en su infinidad y nos hilamos tenuemente a los miles de
rostros de las calles, las semanas y también a aquellos que por momentos se detienen a mirarnos a los ojos.
En la vida somos
ecos de instantes, corta puede ser la vida en su magnitud de instante.
En los días de
lecturas en el mes de Junio, sentí el fugaz reflejo de la alegría que como una
maniobra de luz se cuela entre el dolor y los rostros de los pacientes, las
hojas que se imaginan ante los sentidos nublados por los años.
Ese velo blanco que
parte la mirada con el todo de los otros, y hacia dentro se encuentra el jardín
de Alicia, o el paraíso recobrado. No se teme, se vibra con la voz. La palabra
deambula por la habitación y se ofrece como el soplo a un ave que sentada brota
entre silencios heridas, hay música en
la soledad de las manos que no están vacías y que tocan la hoja acariciando la
palidez y la tinta. Nunca sabemos dónde termina la historia que empieza con el
saludo, nunca entendemos como el diálogo puede llevarnos por la memoria del que
escucha y como nos trazan después de la partida. Leer cuando las letras se
humedecen en los ojos y el final es cambiado, para hacer sonreír, para hacer
encontrar el tesoro oculto de la inocencia que se resiste a morir. Leer para
continuar por el camino que algo rompió o por el sendero que bifurcado nos
llevó lejos de nuestro bosque al país del cemento y la indiferencia. Leer para
abrazar, y tejer al álbum familiar tranquilidad y el bálsamo para beber en
tiempos de crisis, para percibir en el otro la forma de su boca cuando habla y
nos mira callando.
En el mes de junio,
sujeté la fe entre las líneas de mi espíritu,
llevé en los días la esperanza en
páginas leídas y por leer, los libros que siempre cultivan algún fruto perdido
que cayó del árbol, o crece en su rama más alta y más noble.
Algunas personas dicen que uno se va y no se
lleva nada a casa porque el trabajo es el trabajo y la casa ha de ser un lugar
de encuentro familiar, donde es otra la vida y quizás hasta otros los
problemas; pero que tan cierto es, hasta dónde entendemos la dimensión de un
oficio como el de hallarnos en un rostro entusiasta, hasta donde comprendemos
la responsabilidad de llevar el libro al plano más sensible: el de la voz, el
susurro, la lágrima.
En el mes de Junio,
muchas personas nacieron, porque como dice la canción Morir es nada, El mes de
junio me llevo el color de un beso en las manos, el sabor de un pan de queso
traído desde Fómeque, aún me pintan las
huellas de una copla la sangre y el abrazo gentil del que vio en el libro un
ser infinito, del que llamo a mis ojos y me limpio con agua encendida de
instantes, la brevedad de la vida, y la gratitud por encontrarme en el error de
lo aprendido, la soledad y la forma intrincada de la compañía que nos eleva
como una golondrina que no le importa el verano o la lluvia, pero traza en su
vuelo, un deseo de ser.
Pienso en mis
abuelas y abuelos es cierto que nunca los conocí, o bueno solo a mi abuela
paterna, la reconocí en su lecho de muerte, recuerdo que me regaló un mango por
cantar un pedacito de una canción que hablaba de un perrito alentada por don
Eccehomo, mi padre.
Qué bonito el olor
a mango y la niñez que nada pretende y que todo comprende en su simplicidad.
Ahora que la vida me da la oportunidad de tener abuelos, y también se los lleva
a otras latitudes, Yo insisto en sentir, en el valor de Leer, de leer para
Sanarnos.
Biblioteca móvil de hospital / Estados Unidos, 1940