Por: Yomar Rodríguez
Promotora lectura Leer para Sanar
Cada persona al nacer posee una ciudadanía dual, en el
reino de los sanos y en el reino de los enfermos. Aunque todos preferiríamos
sólo utilizar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada uno se ve obligado, al
menos por un tiempo, a identificarse como ciudadano de aquel otro lugar”.
(Ibd. Sontag,
Susan. “La Enfermedad y sus Metáforas” y “El Sida y sus Metáforas”
Durante los procesos de
dolor, el cuerpo humano se contrae, se exalta, el dolor surge del cerebro que recibe las señales que le llegan en
décimas de segundo, las interpreta y genera el dolor. Volvemos a encontrarnos
con la computadora que analiza datos, el gestor que organiza la situación, el
alto mando que ordena, que decide sensaciones, percepciones y experiencias. El
dolor empieza allí donde los sensores prende la alarma.
El tema del dolor es
basto, según las doctrinas cristianas, después de la
creación de Eva, que tuvo lugar a través de un acto necesariamente doloroso de
desprendimiento de una costilla para el cual Adán fue sometido a un plácido
sueño, ella misma y toda su descendencia fueron castigados con el dolor del
parto (tomado del texto bíblico). Siguiendo esta doctrina y esta historia
podemos determinar un inicio de punto de partida frente a ello, pero seguramente,
las cosas ocurrieron de una manera diferente para los científicos y los evolucionistas
a merced de profundas transformaciones filogenéticas (fisiológicas y
anatómicas) evolucionamos de un ente marino por llamarlo así, desde mi
ignorancia hasta un ser humano, con toda y su precariedad, porque la especie
humana, es sin duda la más agresiva en contra de su misma especie, y si a esto
le relacionamos el dolor… pero retomemos, no existe como tal un día donde
podamos determinar el nacimiento del dolor con fecha histórica, sin embargo todos
sentimos dolor, a veces un grande, tanto físico como psíquico o emocional, todo
radica en esa visión que culturalmente entendemos por este, lo pienso así desde
cada una de las voces que se tejen en mi imaginario, en mi experiencia no solo
a nivel hospitalario el cual me trae hasta aquí, sino también a nivel personal.
Decía Shakespeare, que nacemos llorando, porqué vinimos a un mundo de
tormentos, y seguro que no le niega a nadie tal realidad, conforme avanza el
hombre, más destruye y mas fortalece ideas erróneas de poder, suena tan
dramático como seguramente se vive.
El dolor
es una construcción propia y social, cuyas características tienen similitudes,
y también hondos abismos, el dolor es la visión propia de la humanidad a través
de la herida de la fuente que emana la fragilidad y la fortaleza, los pasos: El
cuerpo, sí bien hay dolores del alma, todo conlleva al mismo río, o al mismo
mar, como un cauce de sangres prestas a dar una bocanada de grito o de
alarma. El dolor cambia, el dolor
evoluciona pero el es un huésped de muchos rostros y paciencias, sabe esperar y
no tiene mayor afán en irse, nunca podemos definirlo ni siquiera en la escala
médica. En el Hospital Universitario de Barrios Unidos he tenido la oportunidad
de observar, de sentarme a conversar mientras leo, mientras escribo o avanzo
con el carrito, entender el dolor de los demás, el dolor y sus metáforas, es
una experiencia simbólica y diaria, de valorar con cada compartir, aun me sorprendo
de rostros que sonríen entre venas dilatadas y reclaman algo para leer, una voz
que lea o una imagen que rompa ese momento y los lleve lejos de las cánulas,
los sueros y analgésicos, donde esta
leer para sanar, que leer para pensar, donde existe el deseo de sanar leyendo y
pensando en otros términos la vida. Eso es la vida misma, el dolor me decía una
paciente mientras me contaba acerca de su problema de salud, “sino sufrimos no
vamos al cielo”, terminaba la frase, y se acariciaba su pierna tan llena de
mansedumbre ante la hinchazón y trauma de dolor, le escuchaba yo con el
detenimiento de la admiración, su pierna no se veía nada bien, pero ella
sonreía y me decía que le trajera un libro sobre algo de aventuras, las que
ella ya no podía realizar, desde su condición, escogí Pinocho de Carlo Collodi,
libro al viento con el cual entendimos las dos el poder de un pedazo de madera,
y digo las dos porque mi conocimiento de Pinocho era nimio, sabia de el por el
tema de la mentira y su relación con el largo de su nariz, pero esa historia
donde Papillita, perdón Gepeto, se pronunciaba ante su soledad y precarios
medios de vida ante la búsqueda de una marioneta que lo lleva a rodar por el
mundo tomando vino y comiendo pan, lo necesario para el maestro de la madera.
Para la paciente, todo esto resulto nuevo, hablo de las encantos de la madera y
de cómo la mayoría de su vida había cocinado con leña en Sosa (Boyacá)
municipio de donde es oriunda, me relato que ella consideraba que si habían
cosas raras en muchos lugares y que quizás esa marioneta era sin duda una de
esas cosas encantadas como las de su entrañable Sosa. Leímos tres capítulos y
pausamos, entre la medicina y el descanso, volveré mañana le dije, y con todo
el arrojo del mundo me dijo, “la espero cuidadito y me queda mal”, al salir de
la habitación sentí que Pinocho caminaba ahora con los ojos de una nueva
titiritera una bella mujer que pese a sus dolencia se atrevía a aventurar.
Afuera los médicos hablaban del dolor, me veían salir con el libro bajo la
mano, la enfermera llevaba todo su equipo para sanar, nos sonreímos y nos
saludamos. Sé que por momento resulta
inútil pensarnos en espacios, pero después de leer 12 capítulos de Pinocho, y
de ver como el paso del libro sugiere otro momento de liberación de cuatro
paredes necesarias para restituir la salud, siento que está más allá de nuestro
alcance el comprender el poder de la literatura en los espacios no
convencionales, más allá del lector, estamos frente a un proceso de sanar donde
la vida nos da indicios, donde nos alarmamos con una mancha o un lunar, donde
los diagnósticos nos deprimen, pero donde un carrito que lleva libros deja en
el paciente un instante de desprendimiento de ruptura con el espacio
hospitalario. Al salir de alta la paciente, no pudimos despedirnos, pero una
manzana que me dejo con una enfermera, me recordó su gratitud, también rememoro
lo citado anteriormente, ese dolor de Eva, del parto o quizás del partir, del
nacer de nuevo.
es un excelente relato, gracias por su labor.
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