El silencio necesita ojos
Por: Yomar Rodriguez
Promotora de lectura Programa Leer para Sanar
Como narrar la experiencia de contar historias, como ser una
historia dentro de otra, ser leído y ser lector, Como vaticinar el futuro de
las palabras del ruido y del silencio, aquellas que creemos nos prolongan en la
memoria del otro, de ese otro al cual le hablamos, o le leemos. Me ubico
frente a una gran reja negra, una
muralla de dientes de metal que me recibe cuando bajo de mi terrible
transporte, tras ella una construcción
portentosa de ladrillo con un nombre enclavado
en su muro más alto: Mèderi. Se cuela el viento de algunos árboles y arbustos que siguen floreciendo como alegoría de cambios y aliento y también de resistencia. Cuando ingresamos a un hospital nos recibe en gran medida un miedo, un miedo que se te
queda de manera tibia entre el tobillo y sube o baja al pecho dependiendo en qué lugar estés, si eres el
paciente o el acompañante, el médico o la enfermera o tal vez solo depende en
qué lugar tengas el corazón, ese tan famoso músculo creo yo, lo tengo regado
por pedazos en cada esquina de mi cuerpo, y una gran parte en la cabeza; por
eso quizás el miedo me pellizque con sus manos temblorosas y de huesos de
incertidumbre, con sus aromas y sus formas múltiples y sus fisonomías que
siempre se cubren para no espantar de prisa. Caminando por el hospital Méderi
se avanza por pasillos y se detienen las miradas, se da un paso y se rompe la
intimidad fragmentada ya por médicos y
enfermeras, esa intimidad tan celosamente guarecida pero que aquí nos demuestra
con desnudez su impávida fragilidad; no podría dimensionarse que significa dar
un paso tras el umbral, resolver con una sonrisa que se da con los ojos una
expectativa o una realidad, (somos seres tan vivos y a la vez tan muertos,
pienso) del otro lado solo encuentro una inconmensurable escena de dignidad y
de fe. Muchas veces he tratado de
encontrar dentro la palabra precisa para interpretar mis emociones, siempre he creído
en las palabras, en su poder casi mágico, he condensado mi afán casi temerario
por encontrar palabras para todo, pero nunca se encuentra la palabra precisa
para las emociones más puras, para los sentimientos que tañen la adversidad y
el dolor, para esos solo hay silencios y quizás colores, siempre encasillamos
al negro con el luto, al azul con la melancolía, al blanco con la paz, y asi,
siempre los tejemos como un vestido que llevamos con la vida, sin embargo nos alejamos de poder dimensionar cada momento.
Creo en el silencio, me reconcilie con él, con sus cuatro estaciones y sus múltiples
manos, con sus rigurosas formas de cobijarnos y con esa delicada mirada que traspasa océanos y también
palabras. También creo que el silencio necesita ojos para afinar su oído, para
entender que bueno decir y que bueno escuchar.
Nadie agota el mundo con la mirada, nadie agota la página de un libro y aunque se extienda
por años tras las mismas líneas, nunca encontramos las verdades más hondas
completas, la verdad se asemeja más al silencio pero no hay silencio que la
resista sin por lo menos una palabra. Cada habitación en la cual me adentro tiene
un mundo casi tan chico como el universo, y casi tan grande como una
lágrima, leer es mi oficio, por el cual llegue aquí y casi por completo ocupa mis 24 horas, me he
ido haciendo a la historia de otros y ellos a la mía, leo cuentos pero también
me permito hablar de mi a manera de cuentos de humor negro, aquí la risa es suavidad
sin importar el color, recito poemas y aunque no me gusta Neruda con su poema
20 lo escucho entre las cuatro paredes de manera paciente, esta vez estoy del
otro lado, cada habitación me permite detener el tiempo entre la boca, es
extraño pero pareciera que entre el tiempo y la palabra hubiera un pacto
misterioso, siempre nos reciben las palabras y el tiempo calla por un rato su
paso replicador.
Hoy pienso en la veracidad de leer, en la complicidad de los
momentos, en las ficciones que nos
creímos sobre la enfermedad, sobre el olvido, no sé a cuántas personas conocí en este mes que
paso, mis ojos se llevaron hacia
dentro muchos rostros, algunos salados y
otros dulces, conocí azules angustiados y sublimes, blancos musicales y
poéticos, también negros tan oscuros y
luminosos de una indescifrable
esperanza y de un amor humilde. Me lleve
silencios tan largos y tan compartidos,
agradecí a la vida el estar entre gente que ama leer por que encuentra en
cuatro palabras muchas y una sola Libertad. Alguna vez leyendo a Susan Sontag visualice la enfermedad como
una metáfora capaz de reasignarle nombres pueriles y a la vez perversos a lo
humano, nombres y representaciones que pueden, sin embargo, influenciar nuestra
relación cultural con la enfermedad y, de hecho, su presente y su futuro, desvirtuar
la dignidad como un síntoma más de nuestros terribles vicios espirituales . Como
creernos sanos en una sociedad de olvidos, todos somos pacientes porque
esperamos en vigilia o en sueños el fuego invisible que nos revela quienes
somos, la enfermedad tiene silencios y ojos que leen, tiene tesoros
envueltos de enmudecimiento, tiene miradas paralelas, tiene
certezas y muchas dudas, tiene
ganas de leer y de que leen, de dormir al caer una última página y de soñar abriendo
otra, de salir de colores limpios entre páginas blancas, la enfermedad ahora
tiene libros, humanidad siempre la tuvo y que satisfacción poder ser parte de
esto de la real forma de humanizar una palabra compleja con algo tan sencillo
como una historia.
Hermosa historia. Narrativa poetica y emocional. Me gustó mucho. Felicidades
ResponderBorrarMuchas gracias por leer y por comentar.
BorrarQue trabajo tan precioso, tanto por las letras como en lo humano.
ResponderBorrarMuchas Gracias por el leer y comentar. Es un trabajo hecho con la dedicación de las palabras.
BorrarExcelente trabajo!
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