Este programa, ejecutado en convenio entre Méderi y Fundalectura, abarca la adquisición, organización, conservación y suministro de materiales y servicios bibliotecarios que pueden, conforme a las necesidades de cada paciente, contribuir a la atención integral para su recuperación, dar seguridad y alivio a su pérdida de autonomía, contribuir al mejoramiento de su rendimiento cognitivo y funcional, evitar la desconexión del entorno y fortalecer las relaciones sociales.

La función principal de “Leer para sanar” radica en la posibilidad de facilitar libros de distintas temáticas a pacientes y visitantes para que su estadía en nuestros hospitales sea más confortable, amena y provechosa.

Inicialmente “Leer para sanar” va dirigido a los pacientes que se encuentran en los pisos de hospitalización de los hospitales Méderi. En cada sede se ha estructurado un espacio para el almacenamiento del material y se capacitó a tres promotores (dos para el Hospital Universitario Mayor y uno para el Hospital Universitario de Barrios Unidos) quienes se desplazarán por los pisos ofreciendo a pacientes y familiares la posibilidad de un acompañamiento a través de un libro.

04 abril 2016

MARÍA, ESCUCHA EL CANTO DE LA LLUVIA




MARÍA, ESCUCHA EL CANTO DE LA LLUVIA



Por: Yomar  Rodriguez

Promotora de lectura Programa Leer para Sanar



Se habla en los pasillos del hospital algunas veces casi cuchicheado otras con la voz un poco más audible, nunca ha sido mi interés enterarme de ninguna situación, pero las personas suelen encontrarnos con sus deseos de ser escuchados, quieren hacer visible ese dolor y esa angustia que genera ver la enfermedad como un cosmos de sin respuestas, sin duda la incertidumbre es cruel, aún más que el dolor y el quebranto de la enfermedad.
Hoy recuerdo el día que conocí a una preciosa dama, una mujer con la que me sorprendí entre llantos por encontrar pequeñas complicidades poéticas y una enorme sensibilidad.
A María le llevé por primera vez la oda a la bella desnuda de Neruda, ella me había visto a lo lejos con el carrito porta libros, y sin poder movilizarse en medio de pispiadas y pequeños gritos captó mi atención, me acerqué a su habitación y descubrí una mujer mayor con unas manos largas y delicadas, que me habló como si me conociera. Saludo de beso y me solicito que por favor leyera un poema de amor del que dijo descreía, pero que sin duda le permitía sonreír, yo que también descreo del amor convencional, le dije que podíamos leer un poema de Mario Benedetti, que era lo más “meloso” que llevaba, ella asintió, y leímos no uno, sino varios. Después de esto nos despedimos. Me dijo que le dejara un libro, que las horas eran largas y que nadie vendría a verla, así que le deje a Pablo Neruda. Fue muy bello verla tocar el libro, como si fuera un animalito al que se le acaricia el lomo hasta serenarlo y traerlo hacia nuestro ser, la observé con parsimonia en sus acciones, mientras tomaba sus datos, al retirarme, algo me decía que ella no podría leerlo, se le notaban los ojos cansados  y una marcada y pronunciada sombra morada de las gafas sobre el tabique, sin embargo me retire a seguir el oficio del día.
Al pasar unas horas quise volver a visitarle, aproveche un momento y la vi ahí recostada con el libro en  las manos aun cerrado. Salude otra vez pero en esta ocasión  no fue tan expresiva, pensé que estaba triste y solo atiné a decirle que pasaba a ver si se le ofrecía otro libro, me miró por un rato y soltó en llanto, quedé perpleja, decidí darle un abrazo y ella se dejó caer sobre mi hombro, luego con algo de pena se limpió las lágrimas y me hablo, dijo que lloraba “porque ella era muy bruta” así tal cual fue la frase. le dije que eso era algo absurdo que todos lloramos, y que es normal hacerlo, retomó la frase añadiendo “que ella era  de verdad muy bruta porque no sabía leer y ya estaba muy vieja para aprender y más ahora que no tenía ojos para eso”
 Se lamentó y nuevamente sus lágrimas aparecieron. Quise dejar que se desahogara, sentí que no solo era el hecho de no saber leer, sino que también había ahí muchos sentimientos pasados y presentes que le motivaban a ello; sin embargo no pregunte nada, le dije que ella sabía leer, porque no todo en la vida era letras y números, que también había la capacidad de entender los rostros y la forma de las nubes, de escuchar los gestos y silencios, que bruto era aquel que usaba la violencia y la grosería,  que ella no tenía nada de eso, sonrió con bondad, me dijo que tenía razón, pero igualmente le dolía no saber hacerlo, me contó que se había casado a las 14 años y que toda su vida la había pasado encerrada cuidando de su marido y a su único hijo, el cual había muerto ya hacía algunos años atrás, que nunca quiso aprender a leer, porque se sentía cada vez más vieja para hacerlo, que se empezó a alejar del mundo y  cuando su esposo murió ahora sí que menos quería aprender, se sentía como desvalida por no saber nada, dijo que nunca le falto nada, ni comida ni vestido, pero que le faltaba ese conocimiento y que se sentía tan inútil, me dijo que había vivido como una “mata de decoración” en la casa, y ahora ya no era nada ni siquiera eso, Le escuché con atención, ella prosiguió diciendo que le gustaba la poesía, porque su esposo compraba música y ella escucha las letras de la canciones y que ya más adelante se dio por enterada que vendían poesía para escuchar, así que todo cuanto sabia de poesía era escuchado, nunca leído. Me pareció muy admirable en medio de todo imaginar su vida entre símbolos ilegibles a su entender pero con un oído tan sensible y enamorado de las palabras. No pudimos continuar aquel día con más lecturas ni confesiones, pues llego el médico a realizar su chequeo diario, así pues volví a mis labores. En esa semana, leímos y cantamos boleros siendo ninguna de los dos muy diestra en el arte de la interpretación nunca se quejaron  los vecinos.
Son tan especiales los pacientes, seres humanos que tienen las puertas de su alma sin llaves o cerrojos, algunos  con una translucidez que no dejas de mirar para cada  dentro encontrando y maravillándote con cada pedacito que te cuentan de sus vidas; no es fácil entender la vida de los otros, quizás nunca entendemos ni siquiera un poco de la nuestra. Con María caminé por las líneas de un sendero que tenía matices de llanto, de sonrisas, de piedras que no dejaban cruzar y de puentes que se alzaban  dándonos a entender que somos orillas que se juntan. Ella extendía sus manos a los libros como pocos lectores, pasaba las páginas dejando su sonido entre las hojas, sentía la textura del papel, como si fuera una sibarita de tramas y líneas… ella se emocionaba imaginando ser la que le leía, yo me emocionaba imaginado ser tan buen escucha como ella. Trajé poemas de mi casa para compartir, desmenuzamos parte de nuestras de vidas, ella se reí a de mi manera de ser, yo me sentía comprendida por un ser que nunca me había visto, pero que lograba hacerme sentir cómoda y cómplice.
Fueron tan solo diez días en los que se sacudieron la rutina y se masticaron las horas dejando un poco de alegría.
Cuando empecé a escribir las primeras líneas de este informe les hablé acerca de lo que se escucha en los pasillos, del silencio de la barahúnda, retorno a esas líneas, porque un días después de dejar a María un fin de semana en una cama blanca y un espacio que para ella se convirtió en una fuga a su continua necesidad de escuchar y de ser atendida… llegando a su habitación escuche los rumores tristes y dolosos de su muerte mis pasos hacia la habitación se volvieron pesados quería girar y hacerme la que no había escuchado nada, ignorar quizás una realidad que es cotidiana para mí, pero que con María hubiera querido a lo menos verla una última vez y leerle el nocturno de silva;
Ese bello retazo de la noche y la sombra larga que tanto nos gustaba y a las dos.
Su vecina de cama, me saludo como se saluda a alguien en duelo, me tomo las manos y confío que María había muerto el domingo en horas de tarde, que al parecer murió durmiendo, porque nunca hubo un grito o alguna señal de padecimiento en la agonía, que había muerto sola, y que solo hasta al final una mujer también mayor estuvo en el momento del deceso.
En los pasillos muchos me miraron como asintiendo en medio de sus rutinas el derecho a estar triste, a perder un pedazo de lo que somos con cada amigo que se va. No lloré ahí, aunque mis ojos estaban empapados de  lágrimas, aguante hasta llegar a la bodega de los libros, caminé en silencio recordando el rostro de una mujer que en sus últimos días me compartió el amor tan grande por algo que hacemos todos los días pero que quizás por eso obviamos.
Entre susurros se escucha el pasar de las páginas en el hospital,  el tiempo y la vida que con la muerte nos alimenta la memoria como un animalito obstinado  nos hace sonreír, llorar y dejar ir.






                                                                            Tomada de Ekaré Europa.




Oda a la bella desnuda

Ilustraciones de 

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